Es claro que después de la pandemia del Covid-19, para bien o para mal -ojalá que para bien- el mundo en muchos aspectos ya no es ni volverá a ser igual y, por lo mismo, aunque no necesariamente se hayan originado en este tiempo de crisis, los desafíos y oportunidades tendrán otras connotaciones y urgencias. Esto afecta también la vida de la Iglesia y al pueblo cristiano católico y su manera de estar en el mundo.
- ?️ El Podcast de Vida Nueva: Diez años de la JMJ de Madrid
- ¿Quieres recibir gratis por WhatsApp las mejores noticias de Vida Nueva? Pincha aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Al hacer el ejercicio de tratar de identificar los desafíos de los católicos en mi país Colombia, encuentro que la lista es bastante larga y compleja. Para no hacer demasiado extenso este artículo, me limitaré a hacer referencia a cuatro desafíos que a mi parecer son básicos, englobantes y urgentes.
Superación del divorcio entre fe y vida diaria
Colombia es un país de contrastes, goza de una ubicación geográfica estratégica, privilegiado en variedad de recursos naturales, su gente es alegre, trabajadora, hospitalaria, religiosa, se autodefine como el país más acogedor del mundo y seguramente que no es una exageración. Quienes la visitan concuerdan fácilmente con esta afirmación. A la par, ha sido un país que ha padecido graves flagelos como el narcotráfico y una cultura del dinero fácil, altos niveles de corrupción, un conflicto interno que se niega a desaparecer, discriminación, niveles de inequidad social inadmisibles, etc. Que todo esto suceda en un país que tradicionalmente ha sido y sigue siendo de mayoría católica, evidencia un divorcio entre fe y vida diaria en muchos feligreses. En palabras del Concilio Vaticano II “El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época” (GS 43).
Si los bautizados en Colombia – y seguramente que en cualquier país – viviéramos a plenitud nuestra identidad cristiana, automáticamente muchísimas cosas mejorarían. Si en nuestra sociedad el Evangelio lo hiciéramos plenamente parte de nuestra cultura no necesitaríamos tantísimas leyes como las que tenemos. Si un mayor número de nuestros líderes y gobernantes, desde su identidad cristiana, se comprometieran genuinamente con la justicia y el bien común, sería cuestión de tiempo revertir nuestra condición de subdesarrollo e índices de corrupción, inequidad y violencia. En definitiva, el cristianismo es un camino, una propuesta personal y comunitaria de fe y de vida, que tomada en serio logra el milagro de que el pecador se convierta, que el rico comparta; logra que los sueños del joven y la esperanza del pobre no sean mera ilusión, logra que la vida, la naturaleza, la verdad, los derechos humanos y las instituciones sean respetadas. Por tanto, no debemos subestimar este desafío; asumirlo masivamente generaría un salto cualitativo en nuestra sociedad.
Promoción de la cultura del encuentro
En buena medida, los colombianos interpretamos la realidad a partir de binomios: blanco-negro, bueno-malo, amigo-enemigo, guerra-paz, rico-pobre, etc., lo que nos hace propensos a polarizarnos con facilidad. Nuestra historia como república ha estado marcada por el bipartidismo político, incluso por guerras bipartidistas, entre liberales y conservadores, esto hasta la Constitución Política de 1991 que superó esta tendencia; hoy que ya hay pluralidad de partidos, tendemos a encasillarnos entre derecha e izquierda. No pocas veces simplificamos las cosas viéndolas en blanco y negro sin percatarnos que entre el uno y el otros hay una gama de tonalidades. Esto disminuye nuestros niveles de tolerancia frente al que es, piensa, cree o actúa distinto, olvidando que, según argüía Eduardo Galeano “Lo mejor que el mundo tiene está en los muchos mundos que el mundo contiene, las distintas músicas de la vida, sus dolores y colores: las mil y una maneras de vivir y decir, creer y crear, comer, trabajar, bailar, jugar, amar, sufrir y celebrar”[i].
En un mundo globalizado que interconecta, mezcla y confronta culturas, nacionalidades, religiones, gustos políticos, tradiciones, convicciones morales, etc. nos sería de mucha utilidad y provecho acoger y fomentar lo que el Papa Francisco denomina la cultura del encuentro, que implica correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, procurando una verdadera apertura, la cual implica mantenerse firme en las propias convicciones más hondas, con una identidad clara y gozosa, pero abierto a comprender las del otro. “Una cultura del encuentro donde cada uno tenga su lugar, que todo el mundo pueda vivir con dignidad y que se pueda expresar pacíficamente sin ser insultado o condenado, o agredido, o descartado”[ii].
Consecución de niveles razonables de equidad
Los pobres siempre los tendrán entre ustedes, sentenció Jesús en el Evangelio. Un agravante serio es que hoy por hoy no solo tenemos pobres sino pobres extremos, descartados, parias y en un alto número. Esto sin contar que la pandemia ha empeorado esta realidad. La inequidad social en el mundo resulta cada vez más grave e inaceptable, ha llegado a límites que superan toda lógica y sentido de fraternidad, máxime considerando el destino universal de los bienes. “Actualmente, el 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que el 99% restante de las personas del planeta” (OXFAM, 2016). Para el caso de Latinoamérica, la situación es aun peor “Latinoamérica no es la región más pobre del mundo, pero si la más desigual” (CEPAL, 2018) y, dentro de Suramérica, Colombia es el país más desigual, según el informe de diciembre de 2020 del Índice de Desarrollo Regional para América Latina[iii].
En un país y continente de mayoría católica, donde los ideales de fraternidad y solidaridad deben ser fundamentales, esto resulta inaceptable; en efecto, los Obispos de Latinoamérica y el Caribe reunidos en su V Conferencia General en Aparecida – Brasil en el 2007, afirman “Es una contradicción dolorosa que el Continente del mayor número de católicos sea también el de mayor inequidad social” (n. 527). Por lo tanto, buscar alcanzar ciertos niveles de equidad, donde cada ser humano pueda vivir con dignidad como persona y, más aun, como hijo/a de Dios, debe constituirse en un desafío y tarea inaplazables.
Integración latinoamericana
Para afrontar exitosamente muchos desafíos, se hace necesario trascender el territorio. Algo relativamente fácil de constatar, es el hecho de que en buena medida los retos identificables en Colombia son también, con connotaciones propias, identificables en los demás países de nuestro continente. A este respecto, los Obispos de Latinoamérica y el Caribe en su citada Conferencia declaran con fuerza: “Un factor que puede contribuir notablemente a superar los apremiantes problemas que hoy afectan a este continente es la integración latinoamericana” (n. 521). Aseveran, además, que factores comunes como la cultura, la lengua y la religión pueden contribuir notablemente a este objetivo (cfr. n.82), expresan la convicción de que “La Iglesia de Dios en América Latina y el Caribe es sacramento de comunión de sus pueblos” (n.524) y que “La dignidad de reconocernos como una familia de latinoamericanos y caribeños implica una experiencia singular de proximidad, fraternidad y solidaridad… Una y plural, América Latina es la casa común, la gran patria de hermanos… la Patria Grande” (n. 525).
Por último, expresan los Obispos “Su firme voluntad de proseguir este compromiso” (n. 526). Los católicos de Colombia, al igual que los católicos y personas de cualquier país de este continente que comparten este ideal, estamos convocados a unirnos a ellos en este propósito. En este contexto vale la pena traer a colación un artículo del Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, titulado Quién carajo somos los latinoamericanos[iv], en el que afirmaba que “Una característica que nos unifica y nos singulariza, con respecto a los demás continentes, es la creciente necesidad de saber quién carajo somos”. En ese mismo artículo, abogando por un nacionalismo continental, nos hace una exhortación y asume un compromiso personal: “Sin renunciar a nuestros sentimientos nacionales, los latinoamericanos nos sentimos concernidos en una especie de nacionalismo continental. Personalmente he llegado a un punto en que siendo colombiano y sin renunciar a serlo, me daría lo mismo ser de cualquier país siempre que fuera latinoamericano”.
[i] Galeano, Eduardo (1999). Patas arriba. La escuela del mundo al revés.
[ii] Papa Francisco. Mensaje al pueblo argentino, 30-09-2016.
[iii] IDERE LATAM. http://www.iderelatam.com/wp-content/uploads/2020/10/IDERE-LATAM-2020-Resumen-Ejecutivo.pdf
[iv] ¿Quién carajo somos los latinoamericanos? Periódico El Mundo (Colombia), febrero de 1982.
Texto escrito por el Padre Luis Ferney López Jiménez, Secretariado Fundación Populorum Progressio, miembro de la Academia de Líderes Católicos